No tengo recuerdos del mundial del '70, ya que sólo tenía cinco años.
Los periodistas de más años recuerdan que ese mundial tenía sabor a fracaso, y ya comenzábamos a ser protestones -con razón-, ya que para la semifinal con Brasil, a la postre campeón, eran los norteños los que debían trasladarse y no nosotros, con el desgaste de un largo viaje en el verano mexicano.
Recuerdo en 1974 haber ido a despedir a la selección al aeropuerto con mi escuela, más concretamente con su equipo, ya que yo era el arquero de la categoría "nueve años".
Un cuadrazo.
Los despedimos como futuros campeones, y ni los fuimos a recibir, luego del paseo histórico que nos dió Holanda, los tres goles que nos metió Suecia, y el aburrido empate con Bulgaria.
En 1978, con otro cuadrazo, ni clasificamos, contra los "poderosos" Bolivia y Perú.
Las crónicas de la fecha hablaban de la división entre los jugadores de Peñarol, Nacional, y Defensor, bases de ese equipo.
Me tuve que conformar con ver el mundial de Argentina sin Uruguay, tan cerca pero tan lejos...
En 1982, me preparé para el mundial de España.
Para verlo sin pasión, ya que, para variar, Uruguay no clasificó.
Por tercera vez me quedé sin la única cosa que se podía festejar en dictadura, que, por suerte, comenzaba a desmoronarse frente al empuje de la gente.
En México '86, clasificamos, de la mano de un limonazo de Venancio Ramos contra Chile, en el Centenario, otra vez con un cuadrazo.
Omar Bienvenido Borrás -se llama así- se enloqueció al armar el cuadro, y nos bailó Dinamarca, que no era nada del otro mundo, y un triste empate con Escocia, más el empate del debut con Alemania, nos clasificó como uno de "los mejores terceros" con dos puntos.
Con algunos cambios presentamos ante Argentina un equipo más razonable, pero perdimos uno a cero, nosotros nos fuimos para casa, y Argentina puso quinta hacia el campeonato.
Llegamos a Italia '90.
Un inolvidable Ruben Sosa -realmente impresionante- nos clasificó, él solo y con tan sólo veinte años, a ese mundial.
Debut con España.
Penal para Uruguay por una jugada similar a la de Suárez contra Corea.
Los consagrados se desentendieron de la responsabilidad -por eso grandes jugadores no quedaron en la historia de nuestra selección-, y lo termina pateando Ruben Sosa.
No convierte, empatamos cero a cero, perdimos bien con Bélgica, y le ganamos agónicamente a Corea con un gol en la hora de Daniel Fonseca.
Otra vez "mejores terceros".
Nos vuelve a tocar con el futuro campeón, que esta vez era Italia, que además era local.
Partido parejo, hasta que Schillacci nos mete un gol forlaniano, y se acabó, más aún luego del segundo gol, convertido por Serena.
Otra vez a casita, a dormir temprano.
En 1994, la mejor Bolivia -sí, Bolivia- nos vuelve a dejar afuera, y en 1998 el que se queda afuera es el peor Uruguay, antepenúltimo en la eliminatoria.
Volvemos en el 2002, mundial de Corea y Japón.
En el repechaje con Australia nos clasifica el "Chengue" Morales.
En la fase de grupos, perdimos con Dinamarca -otra vez-, empatamos con Francia -otra vez-, y cuando perdíamos tres a cero con Senegal, entraron Forlán y el Chengue, empatamos tres a tres, y casi pasamos con el famoso cabezazo del Chengue, que perdió noción de arco y cabeceó afuera.
Otra vez a casa.
En el 2006, perdimos el repechaje con Australia, por penales, pero sobre todo por falta de gol.
Con tantos antecedentes negativos, bajamos las expectativas.
En este mundial era, con muchísima suerte, entrar entre los ocho, aunque estar entre los dieciseis de octavos de final era suficiente.
Lo demás ya es historia conocida y reciente.
¿Por qué tanta introducción?
Porque más allá de los resultados, y de que pudimos ser campeones, pues entre los cuatro primeros no había diferencias notorias, lo que importó fue lo que este equipo transmitió.
Que paga más la audacia que el conservadurismo, Uruguay fue el tercer equipo más goleador del Mundial.
Que un equipo siempre es mejor que la suma de individualidades.
Que la unión nos potencia, nos hace más fuertes y nos permite mejores logros.
Y sobre todo, que por primera vez en mucho tiempo festejamos todos juntos.
Los de Nacional con los de Peñarol.
Los creyentes con los no creyentes.
Los blancos con los frenteamplistas, con los colorados, con los independientes.
Es más, tengo miedo de ir a la caravana y ver, confundidos en un abrazo, a Marenales con García Pintos, a Mónica Farro con Claudia Fernández, a Gustavo Escanlar con Mercedes Vigil, a Bordaberry con Michelini, aunque si lo hicieran, o si alguna vez esos abrazos se dieron, estaría bueno.
Porque por una vez, la única bandera que ondea es la de todos.
Ojalá aprendamos todos, y este sea el primer paso hacia el reencuentro, que nos convierta en ganadores en otras cosas, además del fútbol, y sigamos alimentando el orgullo de ser uruguayos.
¡Gracias, muchachos!
Valió la pena.
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