viernes, 29 de agosto de 2008

JORGE LARRAÑAGA EN LA CONVENCIÓN DEMÓCRATA




Expectativas y desafíos desde una visión latinoamericana y uruguaya.

1. La expectativa latinoamericana.

Cada cambio presidencial en los EE.UU. genera en la región latinoamericana, la expectativa de que ese país le otorgue una prioridad mayor a los asuntos continentales americanos, de forma que el cambio de mando no constituya un simple relevo de autoridades. En ese sentido, se espera un cambio de estilo en la Casa Blanca hacia América Latina, que le permita a ésta situarse como un interlocutor relevante en la agenda exterior de este país.
Evidentemente, América Latina no es una sola realidad y mucho menos lo es ahora, por las notorias diferencias ideológicas, estratégico-militares, energéticas, sociales y migratorias, entre otras, que diferencian a todos nuestros países. Es razonable esperar que los EE.UU. sean lo suficientemente perceptivos como para manejar estas diferencias latinoamericanas, y discernir cuáles asuntos son pasibles de políticas hacia la región, y cuáles pueden ser tratadas en forma bilateral o subregional.
En este sentido, es indudable que los EE.UU. tienen diferentes motivos para estar interesados en México, Cuba, Colombia, Venezuela, Chile o Uruguay, para citar algunos países, y que estas diferentes motivaciones conducirán a diversas políticas y acciones. Pero también es claro que todos los países de la región –o casi todos- comparten motivos similares para atraer la atención de los Estados Unidos: la apertura comercial, las inversiones, el apego a determinados principios de derecho internacional y a una convivencia basada en la democracia y la libertad. Estos intereses comunes –que esperamos sean compartidos por la nueva Administración norteamericana – pueden jugar como factor aglutinador de políticas generales de los Estados Unidos hacia América Latina, en algunos temas puntuales.

2. La visión desde el Uruguay.

Desde una perspectiva uruguaya, las expectativas son múltiples. Históricamente, Estados Unidos tuvo dos vertientes de su política externa, concentradas en dos referentes, los Presidentes Roosevelt y Wilson. Roosevelt ejerció la diplomacia del estadista guerrero, y Wilson proyectó los principios éticos que desde la Primera Guerra Mundial, buscó instalar en la comunidad internacional.
Esto implica, en lo político, reforzar el multilateralismo como forma de acción, garantía de la aplicación del concepto de democracia al plano internacional, donde los sujetos son los Estados. En este contexto, políticamente una reforma del sistema de las Naciones Unidas se hace necesaria, entre otras cosas porque el Consejo de Seguridad ya no representa los reales factores de poder del planeta. La inclusión permanente de potencias regionales en el Consejo quedó en la columna de las deudas en el último intento de reforma, pero es un paso que debería continuar explorándose, y que solo pueden darlo de manera decisiva los miembros permanentes de dicho Consejo, entre los cuales los Estados Unidos juegan un papel preponderante.
En el mismo sentido, el Uruguay mantiene su respaldo a las fuerzas multilaterales de paz y es en los hechos, de los países que más han contribuido con ellas si medimos la relación entre su aporte y la población nacional.
Pero ante todo, reforzar el multilateralismo como garantía de la aplicación del concepto de democracia al plano internacional implica, en su aplicación práctica, el respeto de determinados principios de Derecho Internacional Público de los cuales el Uruguay ha sido siempre partidario, defensor y propulsor. Me refiero a principios esenciales que se han incorporado a la Carta de las Naciones Unidas y al Sistema Interamericano: el principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados; el principio de autodeterminación de los pueblos, y el de solución pacífica de las controversias.
La historia de nuestras relaciones bilaterales ha tenido distinta intensidad, de acuerdo a la evolución del continente. América Latina vivió momentos muy difíciles durante la guerra fría, durante la cual los dos bloques trataron de ingresar en nuestros países en nombre de sus ideologías y de los valores que ellas representaban. Estados Unidos se equivocó muchas veces y, como suele suceder, sus errores fueron motivo de un fortalecimiento de aquellos a los que quería combatir. Y así como en nombre de un socialismo internacional se trató de destruir la democracia por la violencia, algunas respuestas de los Estados Unidos también contribuyeron a destruir la democracia para preservar su sistema. Centroamérica, el Caribe y Sudamérica fueron tierra de experiencias trágicas, tanto a nivel político y militar, como humano.
En todo momento, el Uruguay se mantuvo invariable en su defensa de los principios fundamentales que acabo de citar, entendiendo que las intervenciones unilaterales no autorizadas por las Naciones Unidas –sean cuales sean sus autores -no son conformes a ellos. En este sentido, hemos defendido siempre para los demás, los mismos derechos que queremos que también se nos preserven a nosotros. Y es así que en el caso de principios como el de no intervención -cuyo respeto fue necesario reclamar en algún momento de los Estados Unidos- hoy también debemos defenderlo ante comportamientos de otros líderes regionales que lo vulneran. Todos podemos extraer lecciones del pasado, y una de ellas es que este tipo de políticas no contribuyen a dotar a nadie –y mucho menos a la mayor potencia del mundo- de la autoridad moral necesaria para ejercer un liderazgo responsable y persuasivo, donde inculcar de forma duradera el respeto por los valores de la democracia y los derechos humanos.

3. Pobreza, desigualdad y seguridad continental.

Hoy las cosas han cambiado, pero no tanto como se cree. Seguimos sin encontrar soluciones para la pobreza extrema, y ésta, además del drama humano que constituye, es una fuente de tensiones creciente que está irrumpiendo –a veces violentamente- en varios países. La región está viviendo un momento muy especial, que ya no se refiere a un conflicto bipolar y ni siquiera es verdaderamente ideológico, aunque algunos prefieran disfrazarlo así, en un maniqueo intento de utilizar conflictos del pasado para azuzar enfrentamientos en el presente. Pero además, somos el continente más desigual del mundo –no el más pobre, pero sí el más desigual- lo cual hace un llamado aún más intenso a nuestra responsabilidad. Ya que esta desigualdad alimenta un discurso nacionalista, populista y en algunos países incluso alentador de conflictos étnicos, que amenaza fragmentar nuestra región y las comunidades que lo integran.

4. La región: fragmentación, intervención y conflicto.

La globalización ha llevado al ámbito multilateral temas que anteriormente eran privativos de los viejos conceptos de Estado Nación y soberanías nacionales: el narcotráfico, el terrorismo, la salud, el Medio Ambiente, los Derechos Humanos; son temas de todos y sea cual sea el lugar donde muestren su peligrosidad o un quebrantamiento, repercuten sobre el resto del planeta. Nuestra región no es ajena a esta realidad y ve con mucha preocupación cómo vamos avanzando en un proceso de fragmentación, intervención y conflicto que potencia los riesgos que pueden emerger de esos problemas globales. Nos preocupa cómo se azuza la división del continente en dos ejes –el Monroe y el Bolivariano-; nos preocupa constatar cómo se violan los principios de derecho internacional que antes mencionara con intervenciones cada vez más desembozadas por parte de algunos actores en los asuntos internos de varios países de la región; nos consterna cómo, frente a una situación social preocupante, se está privilegiando la orientación de recursos hacia la adquisición de armamentos; o como se respaldan Gobiernos que tienen serias dificultades para administrar sus propias democracias.Las dos terceras partes de América Latina viven con menos de dos dólares diarios. Esto, permítanme insistir en el concepto, conlleva riesgos y la madre de todos los problemas. Porque la libertad política tiene una contracara, que es la libertad de creer, de tener confianza en un mañana de dignidad humana, y si una falla, repercute necesariamente sobre la otra.
No habrá democracia perdurable en nuestra región, sin desarrollo y sin erradicación de la pobreza. No es a paternalismos, ni a dávidas, a las que se debe recurrir cuando pensamos en los Estados Unidos, mucho menos a viejas conductas intervencionistas. Sí, en cambio, a crear las condiciones para que nuestra producción, nuestras empresas, nuestros estudiantes, nuestros jóvenes, encuentren una sociedad que sea capaz de satisfacer sus mínimas necesidades.

5. Economía y comercio: defensa del multilateralismo.

Lo cual me lleva a compartir con ustedes algunas reflexiones acerca del área económica y comercial. Como en lo político, también en materia económico-comercial el Uruguay tiene una larga tradición de defensa del multilateralismo y hoy, quizás más que nunca, seguimos convencidos de la necesidad de su fortalecimiento. Ya que el multilateralismo es el resguardo de la prosperidad general, al propiciar el libre comercio sin restricciones y proteccionismos que siempre afectan a los más débiles. La gran diferencia entre el presente y el pasado, es que hoy el mundo muestra una multipolaridad comercial y una apertura de mercados que profundiza la globalización. Sin embargo, la Ronda Doha ha fracasado, y permítanme decirlo así, sin mayores eufemismos. ¿Para qué hablar de “parálisis”, de “estados de hibernación”, cuando en realidad lo que enfrentamos es algo bastante más grave que un mero cuarto intermedio en una negociación que ya dejó vencer demasiados dead lines? ¿Cómo volver a confiar en que esta sea la Ronda “del Desarrollo” si la primer potencia mundial debe sentarse a negociar con el peso muerto de una Farm Bill ya aprobada que es –como mínimo- totalmente contradictoria con los objetivos esenciales de la Ronda?
Con este planteo no podemos –ni sería justo- limitar nuestras preocupaciones solamente a la conducta de los Estados Unidos o de los países desarrollados en su conjunto. También nosotros tenemos nuestras carencias, y también nosotros debemos reconocer que los intereses de los habitantes de los países más ricos deben ser defendidos por sus Gobiernos. La Ronda Doha tiene que finalizar, porque es un mensaje de seguridad jurídica en el mundo del comercio y de las inversiones. Y debe finalizar correctamente, es decir, con acuerdos y disciplinas que no impliquen –en los hechos- una erosión del concepto de multilateralismo. Un riesgo muy perceptible cuando se examinan los textos que quedaron sobre la mesa en la última negociación ministerial en Ginebra, donde los esfuerzos por acomodar los intereses y preocupaciones de distintos países y grupos de países dieron como resultado un cúmulo de regimenes especiales, flexibilidades y limitaciones a la cláusula de la Nación más Favorecida, que poco tienen que ver con la liberación comercial, la apertura y mayor acceso al mercado.
En el caso que no fuera posible concluir la Ronda antes de la próxima Administración, sería una señal alentadora para nuestra región y el mundo, que el nuevo Presidente de los Estados Unidos obtuviera lo más rápidamente posible un Fast track, que permita avanzar rápidamente hacia la preservación del sistema multilateral, hoy en crisis. La situación regional también es preocupante en este plano económico-comercial, ya que a partir del fracaso del ALCA, Estados Unidos ha avanzado en la negociación de zonas de libre comercio con varios Estados de la región. En este complejo contexto global, nuestra visión de país propicia decididamente la libertad económica, contracara necesaria de la libertad política antes señalada. Y espera que un nuevo Gobierno de los Estados Unidos –frente a las dificultades existentes en lo multilateral y en el plano regional- esté dispuesto a explorar la profundización alternativa de las vías subregionales o bilaterales, para cumplir con el propósito del libre comercio entre nuestros países.
Esto implica mantener las puertas abiertas para llevar adelante una negociación bilateral, consensuada y respetuosa de las diferencias evidentes de tamaño relativo entre las partes, con el objetivo de lograr un acuerdo de libre comercio que sea beneficioso para ambos, sin modelos ni paradigmas pre-establecidos, más que el mutuo deseo de prosperidad y desarrollo.

6. Conclusiones.

El Uruguay es un país abierto, vulnerable y asimétrico. Pero tiene valores que hacen a su patrimonio ético. Es consciente del nuevo mapa mundial y de la importancia que las economías emergentes en la dinámica de las inversiones y de las nuevas corrientes de comercio.Integra un proceso de integración no carente de dificultades, pero sabe que sus exigencias respeto del cumplimiento de las obligaciones de todos los Estados constituyen la única garantía que evitará abusos en todas partes, desde su vecindad más cercana, hasta los más lejanos rincones del planeta.
El nuevo Presidente de los Estados Unidos probablemente pueda cambiar pocas cosas. Pero será respetado si apuesta a la paz y al diálogo; si defiende con firmeza sus convicciones, sin imponerlas; si comprende que el sistema capitalista no puede ser un bastión para la riqueza de unos pocos y al mismo tiempo, un punto inalcanzable para los miles de millones de habitantes del mundo que no saben de otra cosa que de hambre y desesperanza.
Principismo, realismo y pragmatismo: estas han sido las líneas rectoras que han guiado a mi país en su historia.
Desde esa triple óptica analizamos al sistema multilateral, la suerte de nuestra región y su proceso de integración, y la credibilidad de los valores que defendemos en nuestra sociedad.Esta triple óptima nos dice que hay saltos que el mundo no podrá dar sin el compromiso decidido de los Estados Unidos de América. Hay una brecha social, productiva y tecnológica que tenemos que franquear y absorber antes que la globalización sea el signo de una lógica de exclusión social y, por tanto, la vía más rápida para masivas corrientes migratorias, que no podrán ser detenidas ni por mil muros que se levanten.

PRENSA - Partido Nacional

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