La construcción de una sociedad con mejores niveles de vida, algo a lo que seguramente aspiramos todos los uruguayos, no debe hacerse de arriba hacia abajo sino desde abajo hacia arriba. La espera de la llegada de un iluminado que decida por nosotros que es lo que queremos mejorar en nuestro entorno y que no, sólo puede terminar en frustración, cuando comprobemos que ese mesías humano no sólo no llega, sino que aquellos que pretenden desempeñar ese rol son sólo burdas imitaciones de un ideal.
Vivimos en un Canelones desbordado, y casi hastiado, de mesianismo. Los intendentes de turno han cometido el pecado de la soberbia, al llegar con los votos de las mayorías para luego gobernar bajo la influencia de minorías iluminadas, que creen poseer el derecho de decidir por el resto de la población.
Hoy, ante la ceguera y la sordera de los gobernantes municipales de turno, Canelones se retuerce y sufre atrapado entre la falta de un proyecto departamental y el centralismo montevideano, que ya no se conforma con usarnos como dormitorio sino que ahora también quiere convertirnos en su basural.
Mientras tanto, los asentamientos crecen en Canelones con la gente que Montevideo expulsa. La inseguridad y la violencia llegaron para quedarse, ante la impávida mirada de los gobernantes que nada hacen, salvo generar legislaciones que protegen al delincuente y perjudican al desamparado ciudadano. Y desde lo municipal no hay acción ni liderazgo, producto quizás del compromiso partidario.
Llegó la hora de decir: ¡Basta! Si en este gobierno municipal no hay ideas, ni acción, ni rebeldía, es hora de consolidar un proyecto alternativo, que libere a Canelones de las malas decisiones y que, dentro de los límites de la Ley Orgánica Municipal, convierta a la Intendencia en una herramienta ejecutiva que permita que los canarios tengamos seguridad, oportunidades de empleo y de mejor formación.
Desde este espacio liberaremos pensamientos, publicaremos ideas, recogeremos opiniones, e iremos construyendo entre todos el Departamento que los canarios merecemos.
Porque, por suerte, hay otra manera.
