sábado, 15 de agosto de 2009

LA NECESIDAD DE ELEVAR EL NIVEL

Los resultados de las elecciones internas
determinaron que en los dos partidos con opción real de triunfo ganaran las opciones más radicales, e ideológicamente más enfrentadas.
En efecto, los triunfos de Lacalle y Mujica generaron candidatos con muchos años de recorrido y de posicionamiento. Ambos apostaron estratégicamente a la confrontación entre sí para ganar sus respectivas internas. La gente no quería puentes, quería antagonismos.
Terminadas las internas, la lógica de la confrontación aparece instalada. Surge desde los posicionamientos de los candidatos, pero se agrava notoriamente a nivel de militancia.
De este modo se van formando dos bandos, a veces tres, y a veces cuatro -porque ningún partido es inocente-, marcadamente enfrentados, donde la artillería pesada convertida en crítica malintencionada y en insulto fácil cruza de un lado a otro. A veces, nos arrastra y terminamos formando parte. Otras, nos convertimos en espectadores perplejos de una guerra que no sentimos.
Uno de los dos partidos mayoritarios ganará las elecciones, y esperamos que sea nuestro Partido Nacional. Pero seguramente el que gane pagará un precio carísimo, que será tratar de gobernar con un sistema político bloqueado y con una sociedad dividida. Sociedad que, es justo reconocerlo, comenzó dividiendo el actual partido de gobierno en estos cinco años, transformando la acción de gobierno en confrontaciones entre ricos y pobres, trabajadores y empresarios, blancos y frenteamplistas, Cerro y Carrasco, "plata y mierda" como dijo la aspirante a primera dama Lucía Topolansky.
Además del consiguiente bloqueo, al ritmo de los discursos frenteamplistas cargado de agravios y falacias, nos van quedando atrás la discusión de las ideas. Necesitamos una campaña llena de ellas, de construcción del futuro, de presentación de oportunidades, de búsqueda de herramientas de desarrollo. La campaña electoral va a definir nuestro futuro, y que la discusión sobre la derogación de la Ley de Caducidad o el voto epistolar -que requiere una entrada propia por lo bizarro- no terminen protagonizando el debate y eliminando la confrontación de propuestas para el crecimiento, que es lo que tenemos que pedirle a los gobernantes que vienen.
Yo quiero discutir cómo va a ser el país en los próximos veinte años. Cómo vamos a lograr el crecimiento económico y cómo lo vamos a repartir. Cómo los jóvenes de hoy podrán encontrar oportunidades para ser protagonistas en la conducción del país de mañana. Cómo va a ser la educación que necesitamos para recomponer la trama social que alguna vez nos hizo ser ejemplo de igualdad y tolerancia en el mundo. Cómo vamos a tener servicios eficientes y económicamente accesibles. Yo creo en el Estado, pero hace muchos años que somos rehenes de los intereses de unos pocos que, autodenominados representantes de la solaridad y la soberanía, sólo cuidan sus ingresos y sus privilegios.
Yo quiero que los candidatos debatan, y yo quiero debatir. Con el repeto por el que piensa distinto, y con la altura que deben de tener quienes aspiran a ocupar un lugar representativo. Y acordar, negociar y consensuar, que de eso se trata la política. No convertir la instancia puntual de haber sacado un voto más en una aplanadora de ideas, avasallando a los que tienen pensamientos diferentes.
Como país, nos va la vida en ello.