sábado, 28 de febrero de 2009

LAS COSAS QUE DECIMOS EN VOZ BAJA

El manejo adecuado de las buenas maneras, de las normas de convivencia, de la disciplina partidaria, hacen que en la política no digamos públicamente las cosas que decimos en privado.
Estas reglas no escritas nos convierten en personas con doble discurso.
En nuestra mente pensamos permanentemente acerca de las debilidades de los candidatos o sectores políticos que no votamos, pero como no queremos dudar acerca de si cruzamos o no la fina línea que separa en algunos casos la sinceridad del ataque personal, nos callamos la boca. Después, con los resultados a la vista enfrentados a nuestra opinión, lamentamos que la gente no comprendiera o no supiera de las debilidades de tal o cual candidato ganador, pero que no nos atrevimos a transmitir.
No queremos cargar con eso. No queremos ser responsables por omisión de los destinos del país, sino por acción. Y con mucho respeto, con mucha altura, pero con mucha franqueza, expondremos como vemos el futuro electoral y sus consecuencias.
No es cierto que el actual gobierno nacional fue un desastre. En alguna entrada anterior ya lo habíamos manifestado. Fue un gobierno aceptable, mucho más aceptable que el que insinuaba el actual Presidente cuando anunciaba que iban a temblar las raíces de los árboles.
Pero, al igual que los demás, administró la crisis, pero esta vez no había crisis, sino una situación económica internacional netamente favorable a nuestro país.
Fue un gobierno de "ir tirando", sin transformaciones económicas que se pudieron haber hecho. Y seguramente lo recordaremos por la extraña naturaleza de sus integrantes. Todos nos acordaremos de Marina justificando en la prensa el "carguito" para el yerno, de Díaz justificando la liberación de los presos que nos volvieron a robar, de María Julia bailando arriba de una mesa en el exterior, o de Daisy posando ¿desnuda? para Facebook y hablando de las fantasías sexuales de los hombres disparadas a partir de su foto. Gracioso, si no fuera tragicómico.
Nos acordaremos de Lorier manejando la camioneta en la que se fugaban los menores de la Berro, los niñitos de Marina, como ella los llamaba. Nos acordaremos de Arana -¿se acuerdan, uno que fue Intendente, responsable de la gestión de Bengoa?-, aunque haya que hacer un esfuerzo, pues debe haber sido el uruguayo que más ha viajado al exterior en nombre de sus cargos públicos.
Nos acordaremos de Rossi, Leadgate y Pluna, de Alur y el dinero de todos que pierde mes a mes, de la genuflexas relaciones con Chávez y, hasta hace poco, con los Kichner.
Nos acordaremos de los disparates sin sentido que Mujica Cordano, como lo llamaba la prensa cuando atentaba contra gobiernos democráticos, nos desgrana pintorescamente día a día. Choriceses, como él las llama.
¿Queremos cinco años más de los mismo? Yo, por lo menos, no. Y si lo anterior fue malo, según la izquierda refundadora devenida en refundidora -lo que habrá que discutir-, esto no es mejor. Es, como mucho, igual, pero peor presentado.
Por eso no quiero a Astori Presidente, que representa el continuismo, pero con mucha más soberbia. Presidentes que se creen iluminados nunca llevaron a sus gobernados a buen puerto, y Astori, además de continuista, destila soberbia.
No quiero a Carámbula Presidente. Una aparente gran persona, con pésimas condiciones administrativas. Lo sufrimos día a día en la Intendencia de Canelones, y no es el peor gobierno municipal de la historia porque la última gestión de Hackembruch se encargó de llevarse ese título, para tranquilidad de esta administración.
No quiero a Mujica Presidente. ¿Alguien en su sano juicio puede realmente apoyar con esperanza esta candidatura? Y no se trata de su pasado, por el cual ya pagó, aunque no es una medalla al mérito como el MLN pretende hacernos ver, sino de su presente y, por sobre todo de su futuro. Esta mezcla de Cantinflas con el personaje de "El Viejo", como un integrante del Partido Socialista lo describió en un blog, no puede ser representativo de los ideales de nuestra población.
Entiendo que, más allá de mi condición de blanco, no puedo votar por el Partido Colorado. Dos de las tres candidaturas representan al país viejo al que no quiero volver. La de Bordaberry parece un poco más potable, pero está nadando en la arena y cargando con el lastre de su apellido, que no es poco. Por otra parte, no es cierto que hay que votar a los colorados en octubre para que los blancos ganen en noviembre. Eso, con declaraciones como las de Tabaré Viera, poniendo en duda su apoyo al Partido Nacional en el ballotage, sólo generan incertidumbre. Para hacer que este gobierno se vaya, hay que votar al Partido Nacional en octubre, en noviembre, y en mayo, que son las elecciones municipales.
No voy a votar a Lacalle en la interna porque prefiero que no sea el candidato del Partido Nacional en octubre. Su entorno nos muestra las mismas caras de siempre, y representan a un Partido Nacional envejecido y mandón que quiero dejar atrás. Y no quiero regalarle al Frente Amplio la posibilidad de hacer una campaña sucia hablando de las denuncias sobre corrupción que el Partido Nacional sufrió luego de la gestión de Lacalle, la mayoría no demostradas pero tampoco descartadas en el pensamiento colectivo de la gente, y que hizo que todos los blancos estuviésemos bajo sospecha. La embestida baguala funcionó, y aún quedan secuelas de esa etapa.
No hay ninguna cara nueva en el entorno de Lacalle, ya que Gallinal y Vidalín sólo volvieron a sus orígenes. La UNA sigue siendo el Herrerismo, sólo que con un lifting y los labios pintados, para parecer más joven y más bonita. Y no pongo en duda las condiciones administrativas de Lacalle y algunos integrantes de su entorno, pero estoy convencido que es hora de completar la renovación.
Sí voy a votar a Larrañaga, a hacer campaña por él y a candidatearme en su nombre para respaldar su gestión. ¿Qué tiene aún mucho que aprender? ¡Claro! Ese es el precio de la renovación, y si la experiencia fuera una condición suficiente, seguiríamos gobernados por Sanguinetti. Pero Larrañaga tiene las condiciones de liderazgo que necesita un Presidente, tiene, sin dudas, el mejor equipo técnico necesario para gobernar, aspira gobernar para todos los uruguayos -algo no menor luego de este gobierno-, y representa a una generación con nuevas ideas y estilos que podrían sacarnos al fin de la gerontocracia.
Voy a acompañar a Alberto Perdomo en Canelones, porque entiendo que es el único candidato de verdad que el Partido tiene en nuestro Departamento. Otros compañeros sólo piensan en renovar su banca y después, que otro saque las castañas del fuego. No cuestiono la legitimidad de nadie, pero el compromiso con el Partido y con la gente debe ser de ida y vuelta. Estoy cansado de candidatos que prometen lo que no tienen y luego de lograr su posición personal, se desentienden de sus promesas, y le echan la culpa a los demás por sus incumplimientos. Pero la culpa no es del chancho, sino del que le rasca el lomo. Hay gente que es engañada, y los vuelven a acompañar. Como me dijo una vez un compañero, que una vez se fue con otro candidato, y ya pegó la vuelta: "Me fui porque me dejé tentar con mentiras, en el fondo a todos nos gustan que nos mientan".
Algunos políticos que, obviamente, no recorren la misma senda que nosotros, me dicen que la mentira, el engaño y la ventaja constituyen la esencia de hacer política.
Yo discrepo. Es más, soy enemigo de eso. La política es como la gente hace que sea. Cuando se apoya al mentiroso, al tramposo, se le da ese destino.
Cuando se apoya al honesto, al que cuida sus promesas, al que transmite confianza e integridad, la política pasa a ser un maravilloso instrumento.
La opción de elegir nuestro futuro, y a quién le confiamos la construcción del mismo, siempre nos pertenece.
De nosotros depende.