domingo, 10 de julio de 2011

¿NO DISCRIMINO? LA DISCRIMINACIÓN EN URUGUAY

UNICEF está aprovechando la difusión que la Copa América genera para realizar una campaña contra la discriminación. La invitación a agregar "NO DISCRIMINO" en mi cuenta de Twitter (@bioprofe) me llegó a través de Diego Forlán, pero también ha adherido, entre otros, Jorge Larrañaga.
Nuestro país se ha jactado históricamente de ser un país integrador, tolerante y no racista. ¿Esta visión es correcta?
Analicemos.
El 4 de junio pasado, Tommy, un nigeriano que vive en Uruguay, fue a un conocido boliche bailable. Pidió un tequila en la barra, y se fue al baño. Cuando salió del baño lo esperaban dos patovicas que, según la crónica del diario "La República", integraban el equipo de seguridad del lugar. Lo tomaron por la espalda, le sujetaron las manos, lo sacaron del local, y le dieron una paliza. Como consecuencia de ello, Tommy perdió la función visual derecha, y a la fecha de la crónica y operación mediante, no se sabía si se podía recuperar.
Este hecho actuó como un disparador. Según la organización "Mundo Afro", la población negra en Uruguay es el diez por ciento del total.  De ese diez por ciento, sólo el diez por ciento son profesionales universitarios, políticos o empresarios, mientras que el cuarenta por ciento vive debajo de la línea de pobreza. El salario promedio de la población negra en nuestro país es un 37% más bajo que el de la población blanca que cumple las mismas funciones. No parecen cifras propias de un país que no discrimina.
Cambiemos de ángulo. ¿Hay dicriminación sexual en Uruguay? Seguramente algún optimista nos cuente del crecimiento de las mujeres en las áreas universitarias o en los cargos ejecutivos. Sin embargo, las mujeres aún tienen dificultades para acceder a empleos calificados, y su remuneración es promedialmente más baja que la de los hombres que desempeñan la misma tarea. Y en los cargos de gobierno, salvo algunas honrosas -y no tan honrosas-  situaciones, las mujeres escasean. Tanto, que el Parlamento votó al grito una ley que obliga a incorporar mujeres por cuota, siendo la condición necesaria poseer genitales femeninos, y no capacidad y trabajo político. Algunas festejaron. Las que son reconocidas por sus condiciones, se sintieron ofendidas.
La discriminación sexual es tan amplia como la variedad de género. ¿Cuántas travestis conocemos en lugares de trabajo con acceso al público? ¿A cuántas se les permite asistir a un centro de estudios con falda y/o con maquillaje? Ni hablemos de ocupar un cargo ejecutivo... Las alternativas de género se condenan homofóbicamente a la luz del día, o son motivo de burlas, pero son objeto de búsqueda durante la noche, muchas veces por los mismos emisores de la condena, en una esquizofrenia social tan preocupante y patológica como la homofobia.
¿Y en el campo del pensamiento? Día a día encontramos policías ideológicos, que se encargan de atacar despectivamente a todo aquel que piense diferente. En los '60 y '70, ser comunista o tupamaro era sinónimo de desprecio. Hoy la izquierda llegó al poder y ganó la batalla cultural, para alimentar un macartismo de izquierda donde si no se es frenteamplista se es corrupto o ladrón. El Dr. José Korseniak llamaba despectivamente "la derecha" a todo aquel que no formaba parte del Frente Amplio, situación que muchos repiten. ¿Y si discrepás con la conducción de tu sindicato? Con suerte te tratarán de "amarillo", con un poco de mala suerte serás "carnero", y con mucha mala suerte vendrá un  piquete a molerte a palos o serás víctima de un "escrache".
Deportivamente no estamos mucho mejor, aunque estos vientos celestes que estamos disfrutando han parado un poco la mano. De todos modos, los de Peñarol y los de Nacional se miran de reojo, y entre Defensor y Danubio, Rampla y Cerro, y varios ejemplos más, lo mismo. Ya no podemos ir juntos a la misma tribuna, hecho hasta hace poco impensable.
¿Te gusta la música? ¿Cuál? ¿La cumbia de los "planchas" o la electrónica de los "conchetos"? ¿El tango de los "viejos" o el rock "puro ruido" de los jóvenes? Como se ve, la discriminación, en forma grosera o en forma sutil, invade nuestra sociedad "abierta y culta", y nos arranca la máscara de tolerancia que injustamente portamos.
Las rejas en nuestras casas no sólo nos protegen (¿lo hacen realmente?) de la delincuencia. También nos separan del vecino y del barrio donde vivimos. Y otras rejas mentales, tal vez consecuencia de la inseguridad, nos aleja de los lugares de encuentro. Si no vamos a la plaza, si no recorremos las calles a pie por miedo o por comodidad, si no nos encontramos en los comercios barriales, o ya no vamos a la cancha porque se ha puesto "pesado", vamos limitando nuestro mundo a las paredes de nuestra casa. Y aquellos crisoles donde se fundían el rico con el pobre, el de Nacional con el de Peñarol, el cumbiero con el rockero, van desapareciendo.
Está buena la campaña de UNICEF. Pero si no agregamos algunas medidas de verdad, es como pegar un autoadhesivo de apoyo al medio ambiente en nuestra ventana, pero seguir tirando la basura en el basural de la esquina: nos sentiremos un poco mejor con nuestra conciencia, pero seguiremos contaminando.
Tenemos que aprender a convivir.
Creer en una religión diferente a la propia, tener otros rasgos u otro color de piel, tener gustos sexuales diferentes, ser hincha de otro cuadro o adherir a otro partido político es parte de la necesaria diversidad que nos enriquece como seres humanos. Cuando aprendemos a valorar la diferencia, ampliamos nuestras mentes y convertimos a nuestro mundo en un lugar más agradable.
Y créanme, realmente vale la pena.