viernes, 14 de mayo de 2010

LA POLÍTICA Y LA CREDIBILIDAD


Acaba de terminar este largo período electoral, iniciado hace casi un año atrás, demasiado para la tolerancia de la gente y hasta para la fortaleza y el bolsillo de los dirigentes. Que se debe reformar para acortarlo nadie lo pone en duda. Pero que nos pongamos de acuerdo en el "como", y eludamos la tentación de introducir por la ventana otros aspectos electorales para tratar de sacar una ventaja, lo dudo. Pero ese no es el tema de esta entrada, sino de otra. Así como el comentario sobre los resultados electorales departamentales, que serán parte de un análisis mayor en breve.

Hoy me preocupa más otro tema, que para algunos es parte indisoluble de la política, y para otros, entre los cuales me incluyo, es una enfermedad que se puede curar: la mentira y las falsas promesas en las campañas electorales.

A veces no salgo de mi asombro. Las historias inventadas en el afán de captar un dirigente o un voto más son tan sorprendentes, que uno debería aplaudir a sus autores por la imaginación y la creatividad empleada en el armado de esas mentiras, si no fuera porque del otro lado hay una persona, una familia, sorprendidos en su buena fe.

Hace muchos años falleció un activo dirigente político. En una pequeña localidad, su referente local rechazaba una y otra vez los intentos de sus correligionarios por captarlo, argumentando que todas los planteos estaban por debajo de lo que le había prometido "el doctor". Hasta que uno más insistente logró sacarle el secreto del compromiso planteado por el fallecido. El dirigente local, que ni siquiera había completado sus estudios, esperaba ansiosamente que le volvieran a ofrecer... una embajada. Es más, algunos me han comentado que se trataba de la embajada de Mongolia, pero no pude corroborarlo.

Esta historia se repite casi exactamente en la campaña del 2004. Sólo que el nuevo mentiroso vive, y sigue prometiendo cargos y contratos en entes, y el engañado dirigente local había recibido el compromiso que iba a ser nombrado... ¡Ministro de Educación y Cultura!

Un personaje de escaso peso político, famoso por sus mentiras, inventa conversaciones que nunca existieron, negociaciones imaginarias, que pretende que lo muestren como un hombre de confianza que siempre tiene la sellada. Frente a los innumerables compromisos de trabajo asumidos que, obviamente, no iba a cumplir, inventó que su referente departamental había comprado un supermercado en la zona, y que todos los engañados iban a ser contratados allí. Obviamente, la responsabilidad del incumplimiento pasó a ser del dirigente departamental, que sin saberlo, pasó a ser el dueño de un supermercado que nunca compró, y el culpable de fallar con el compromiso asumido por su irresponsable dirigente local.

Esta práctica no es exclusiva de ningún partido, ya que todos caen en la mentira. El presidente hizo famosa la frase "como te digo una cosa te digo la otra", y otros dirigentes políticos construyeron el pensamiento "como te digo una cosa, hago la otra". Algún intendente que el país posee basó la campaña municipal del 2005 en su compromiso de no tomar familiares directos a su cargo, para diferenciarse de su antecesor. Una vez que asumió, el chiste fue encontrar un familiar que no estuviese trabajando en la intendencia correspondiente... ¿Qué no haría uno por la familia?

En esta recién terminada campaña municipal, algunos dirigentes de peso recorrieron el departamento armando estructuras a partir de mentiras. Cargos en entes, reposicionamientos por renuncias de titulares que nunca se van a dar...

Lo que uno sigue sin entender es como seguimos tropezando con la misma piedra una y otra vez, porque las víctimas de la mentira son víctimas contumaces. Y si vamos a verlos, y les prometemos que no prometemos, que no mentimos, y que se debe trabajar en un grupo por la credibilidad de sus integrantes, nos miran de costado y nos dicen: "pero fulanito me prometió tal cosa".

Los que nos creemos dirigentes políticos tenemos que tomar la sinceridad en la política como una cruzada. Los verdaderos enemigos no están en el partido adversario, sino en los que practican la mentira como forma recurrente de hacer política. Y esta infección, una de las caras de la corrupción, afecta a todo el sistema político por igual.

Más allá de necesarias reformas electorales, empecemos la verdadera reforma política: la de eliminar las prácticas nocivas y recuperar un maravilloso instrumento que, en ocasiones, está en las manos equivocadas.

Y esto sí se debe prometer.

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