lunes, 15 de octubre de 2007

EL PILSEN ROCK: LOS JÓVENES EN UN PAÍS ENVEJECIDO

El pasado domingo tuve la necesidad de ir a Durazno, durante la celebración del Pilsen Rock 5. No como espectador activo, más allá de compartir el interés por algunos grupos nacionales -algunos tocaban, otros no-, como Buitres o la Trotsky, la Vela o NTVG, el Cuarteto o Cursi, o hasta el Peyote Asesino. Me tocó ponerme el traje de Diputado, para apoyar en gestiones a unos amigos a los cuales les habían robado un auto y sus objetos personales, además de haber sido golpeados con este fin. La gestión fue exitosa, la policía local y el Intendente Vidalín nos dieron apoyo, garantías y acciones que culminaron en la aparición del auto, los objetos personales y los ladrones.
La oportunidad fue válida para recorrer con la mirada el entorno del festival, y ver a miles de jóvenes disfrutar, durante dos días, del paraíso soñado. Libertad para recorrer, libertad para no tener horarios, libertad para relacionarse, libertad para dormir al aire libre, libertad para vestirse o peinarse como se desee, libertad hasta para algunas cosas que el doble discurso social de los adultos no permite, como beber alcohol, fumar y tener sexo. Y, por sobre todo, mucho rock.
Dejemos de lado a los pocos que van a estos lugares a aprovecharse de los descuidos y robar, aunque el daño que provoquen sea mucho. Dejemos de lado al que no conoce sus límites, y provoca con sus reacciones un episodio violento. Frente a la marea joven que inunda la ciudad, los antisociales son un puñado. Dañan, sí, pero son pocos. La inmensa mayoría son jóvenes que disfrutan de la alegría de vivir, disfrutan de su juventud, disfrutan de la gente y de sí mismos. La gente de Durazno ya debe saber, por haber vivido en carne propia, lo que el resto de la sociedad no comprende: que el único delito de ser joven es ése, el de ser joven. Su delito es recordarles a algunos adultos como fueron, y ya no son. Es recordarles lo que no vivieron, producto del miedo que una sociedad aún mucho más conservadora generaba en su censura. Es recordarles que antes no habían festivales de rock, que los campamentos masivos estaban mal vistos, que el alcohol sólo se podía tomar cuando se era adulto responsable, que las chicas no podían fumar, y que el sexo en la juventud para muchos era malo, y para la mayoría de las chicas, prohibitivo. Es recordarles, en este tema, que las diferencias de género existían, y que muchos varones debían ser promiscuos, e iniciarse con alguien con "experiencia", aunque la experiencia hubiese que pagarla, y que muchas chicas "debían" llegar vírgenes al matrimonio. Es recordarles que buena parte de la sociedad era hipócrita, más que la de esos jóvenes que se muestran como son, cien por ciento transparentes.
Está claro que no hay que generalizar, ni festejar los desbordes, ni incitar al libertinaje, ni al sexo cuando no se está pronto. Seguramente buena parte de los padres que dejaron ir a sus hijos al Pilsen Rock, lo hicieron porque siempre transitaron por el camino apropiado, porque disfrutaron de la libertad en su momento, porque incorporaron esta palabra a su cuadro de valores, el mismo que permitió el crecimiento de sus hijos en un contexto de apertura, comprensión, educación, información, y, por sobre todo, confianza.
Una vez, en un debate sobre juventud que me tocó integrar durante uno de mis pasajes por el INJU, se nos informaba que el perfil de un sospechoso de delinquir siempre coincidía con la descripción de los jóvenes. Y que siempre se asocia a los jóvenes con incumplimiento e irresponsabilidad. Los jóvenes del "Pilsen", como los jóvenes que veo en el aula año tras año, transmiten, para el que quiera verlo, otras cosas. Transmiten frescura y espontaneidad. Transmiten energía y ganas de luchar. Pero también transmiten responsabilidad, en su propio cuidado y el de sus pares. Transmiten respeto y agradecimiento, como cuando saludan a los vecinos que les abrieron las puertas, o se abrazan y se sacan fotos con el Intendente que, dicho sea de paso, no es de izquierda. Y, por sobre todo, transmiten alegría.
Queda pendiente para el próximo artículo la notoria falta de espacios de entretenimiento que la sociedad en general, pero por sobre todo los jóvenes en particular, sufre. No quisiera estropear el final de esta nota con un análisis que, por realista, va a lograr que dejemos de sonreir por los jóvenes que tenemos, y nos pongamos serios por las cosas que se deben hacer y no se hacen.
Quedémosnos con el Pilsen Rock, y con la imagen de las miles de caras sonrientes que me traje de Durazno.
A todo ustedes, muchachos, muchas gracias.

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